Mejora continua

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Durante mucho tiempo he creído que las personas sí podemos cambiar. Existe dentro de cada ser humano un programa genético que heredamos de nuestros padres, pero otro tanto de esa configuración pertenece a las experiencias, positivas o negativas, que tengamos durante la infancia y parte de nuestra vida.
Comentan los especialistas que las edades más importantes del infante pertenecen al rango 0-7, por lo que son las edades donde los padres y familiares cercanos deben concentrar su atención en las posibles desviaciones que puedan existir en el niño, para procurar sus respectivos correctivos.
Después de la adolescencia, en buena parte, la personalidad del individuo está arraigada a la piel y huesos. Tratar de disminuir los conflictos del ser humano después de esa etapa cuesta mucho. Pero tampoco es una tarea imposible. Existen personas que después de un análisis verdaderamente introspectivo y sincero, logran forjar los correctivos necesarios para salir de los baches y problemas que afrontan durante la vida. No aprender de los errores, sí constituye un elemento explosivo, que dinamita el alma, y la contrapone a la rectificación justa y necesaria para afrontar nuevos retos.
Por ende, la mejora continua constituye un acervo espiritual, que permita rectificar a tiempo, moldear las circunstancias, interactuar con los yerros y, por último, manifestar lo positivo de una situación. La mejora continua debe ser, en cada uno de nosotros, una religión. Un estandarte que debemos prendarnos en la piel, en cada nervio, para construir una mejor sociedad.
La tecnología, en todos los casos conduce a la perfección, si ésta se utiliza como una vía para alcanzar el éxito de la humanidad. Sin embargo, en Venezuela, preocupa como los adolescentes, jóvenes y no tan jóvenes, viven en una inercia circunstancial, es decir, una suerte de hacer por hacer. Si hemos de hacerlo, es porque no los indica algo o alguien. Jamás se actúa por voluntad. La superación personal quedó relegada por la estúpida idea extendida que para alcanzar el éxito no hace falta estudiar, sino perfeccionar el arte de la picardía; herencia por demás muy española, de la época de la conquista.
El pícaro vive la vida como su último fin justificable para su propia desidia. Puede acostarse un día con el estómago lleno, y al siguiente vacío, creyendo siempre que mañana podrá ser mejor. Vale aquello de amanecerá y veremos. Como el personaje de Eudomar Santos de Por estas calles, cuya frase quedó en el imaginario social: «como vaya viniendo vamos viendo».
Entonces, la popular manifestación de mejora continua se reduce en los venezolanos a una tesis simplista: vivir bien es ganar suficiente dinero, provenga de donde provenga, sin importar nada más. La educación se convierte en un medio. Muchos estudian una carrera universitaria para «ser alguien», como si el hecho de existir no fuera suficiente. Se consigue el título, y somos alguien, según la premisa, pero salimos al mundo laborar, ¿y qué ocurre? El conformismo nos juega su carta. Nos conformamos con las directrices de la empresa, el mandato de un jefe que necesita todos los meses resultados óptimos (lo que se traduce en utilidades-ganancias), y una quincena con la que buscar el sustento que, dicho sea de paso, se hace cada vez menos en nuestra sociedad. Por lo tanto, hace falta buscar algo más.
Si se reflexiona con respecto a esto, y otros tantos asuntos que valen la pena ser analizados en profundidad en otras oportunidades, supongo que se hace justo y necesario que cada venezolano se estudie a sí mismo, y convenga recurrir a la tesis de la mejora continua como un modo de vida, donde dar lo mejor de mí no significa ser un tonto; donde robar contradice mis principios; donde buscar la maraña se convierta en buscar ayudar al prójimo y sacrificarnos un poco. Creo que todos en este país cabemos, sin distinciones de rasgos, credos, religiones o ideales. Aquí se trata de ser mejores nosotros, sin esperar nada a cambio. El universo es sabio. Él nos dará en su justa proporción lo que ameritamos.

3 comentarios:

  1. Por supuesto que las personas pueden cambiar, pero por desgracia muchas pudiéndolo hacer no lo hacen, cuando quizás no les costaría tanto; al revés lo que se empecinan es en hacer daño y cuanto más mejor, es triste pero así es.

    Saludos Ricardo.

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  2. Aplicable a muchos otros países.
    El dinero es el faro que ilumina el camino de mucha gente.

    Saludos.

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  3. Yo cada vez tengo menos esperanzas...
    Un abrazo.
    HD

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