En el filo de la ficción

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Los truenos desgarran la piel del cielo en ramificaciones de luz que se pierden en el horizonte marmóreo. El sonido retumba en los cuatro costados de la habitación, como desmembrar cortezas de árboles con las manos. Una pareja, corriendo, se escabulle con la lluvia hasta refugiarse debajo del techado de un comercio cerrado, alejados de la lengua oscura que babea por los costados toda la inmundicia de la ciudad. La ventana retumba con un trueno que hace vibrar los cristales. Arrastrado por la corriente llega otro hombre, enfundado en una gabardina negra, con sombrero de ala ancha, como un personaje de otra época. El misterioso hombre saca del bolsillo una pistola. Debajo de la cortina de agua la imagen del hombre era una marioneta alada por cuerdas invisibles. La pareja se abraza, aterrorizada. Sabe que su destino está en manos de un desconocido. Su vida gira al ritmo que le permite el cañón oscuro de la pistola y el dedo que se aferra al gatillo. Los cuerpos tiemblan de terror. El destello ilumina el rostro gris del hombre con sombrero, describiendo una sonrisa macabra en los labios. La mujer reprime un grito de horror. Antes de volverse hacia su agresor, con el cuerpo tendido de su acompañante con una flor de sangre en el pecho, el hombre vuelve a apretar el gatillo. La mujer sólo alcanza a vislumbrar un terrible sonido mordido por una luz brillante. De la boca del cañón sale un hilo de humo tibio y ceniciento. El homicida regresa la pistola al bolsillo, se inclina hacia los cuerpos sin vida, arregla su sombrero y se detiene a esperar que disminuya el trote de la lluvia. Todo eso pude verlo desde la ventana. Me separo de la cornisa de la página en blanco, y antes de colgar un punto y final, apago el monitor, quedando aquel extraño réprobo sin historia, sin identidad, sumido en la oscuridad de lo desconocido e infinito de la ficción.

(Ejercicio narrativo, 12 de agosto de 2015).

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