La palabra
no tiene un código de barra que se limita al significado. La palabra se hace y
re-hace a través de nuestras manos. Es un pasaporte para viajar a otras
dimensiones, rasgando las paredes, agrietando la musa, sacudiendo la botella,
entre gritos, maullidos y confusa prosa de relamidos poéticos.
Soy la
construcción desde la imaginación para la imaginación. Y sigo descalzo y
desnudo ante los mundos en los que leo tus ojos y se unen a los míos, como los
sueños también se unen con el día, y las noches con nuestros recuerdos, en
un círculo sin principio ni final.
No, no somos
capaces de vernos, pero sí sentirnos al con-tacto de la piel. Ajá... ¿y? Las
palabras son el lenguaje de nuestras pieles ardiendo, erizándonos, sucumbiendo
ante el delirium de la paranoia de
versos y prosas con "sentidos sin-razón"...
Despierto en
ti la caricia que robó todo las voces. Enmudecida, intentas expresar con
caricias lo que tu boca anhela despedir en un grito. Te refugias en mis brazos,
duermes, y en tus sueños descubres al tiempo, escabulléndose, corriendo tras el
amanecer. Abres tus ojos. Continúa el abrazo de otro tiempo, ayer, sempiterno,
enredado entre las sábanas deshechas, con tantas arrugas como la arena. Un
breve aliento de lluvia se escurre por las hendijas de las ventanas y remueve
las cortinas. Vuelves en ti. Vuelves en mí. La caricia ahora devuelve una voz
que se desprende de mis labios en un “te amo” infinito.
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